Como se ha repetido tantas veces, el catolicismo de los
mexicanos es un catolicismo especial, un catolicismo no
sólo “mariano” sino “guadalupano”, a lo que, si se mira
bien, es indispensable añadir que lo su “guadalupano” de
este catolicismo no parece traer consigo solamente una
alteración superficial, idiosincrática y por tanto
inofensiva del catolicismo dominante; no parece consistir
solamente en un uso peculiar del código católico ortodoxo
que pese a ciertas divergencias lo dejaría intacto, sino,
por el contrario, en un uso del mismo que implica la
introdución en él de fuertes rasgos de una “idolatría”,
que no por vergonzante es menos substancial o radical,
pues trae consigo la configuración de un catolicismo
alternativo “que no se atreve a decir su nombre” (o al
que no le conviene decirlo).
