Anoche les comentaba que un buen amigo acaba de iniciarse y me gustaría traerles algo que nos acerque al corazón de nuestro nuevo hermano.
Esta es una hermosa historia que él escribió en un foro y hoy la traigo a modo de ofrenda a ustedes y felicitación al aprendiz que la contó, siendo aún profano.
Que la disfruten.
Gracias Aprendiz por mostrarnos el camino del masónErase que se era un joven fuerte y guapo que contempló su corazón y lo encontró hermoso, absolutamente perfecto, sin mácula ni defectos. Lo contemplo largo rato, hasta que concluyó que era el más hermoso que había visto nunca. Entre más lo miraba, más hermoso le parecía, hasta que llegó a la certeza de que era, con mucho, el más hermoso de la región.
Tan orgulloso estaba de él que se plantó en medio de la polvorosa y árida plaza de tierra de la aldea y gritó:
- ¡Mirad amigos que hermoso es mi corazón!
Los aldeanos miraron hacia el corazón y coincidieron, maravillados con aquel bello joven, que aquel era un corazón muy hermoso y pronto surgieron voces que confirmaron que: desde luego, si no era el más perfecto de la región, abrían muy pocos como el de él.
A medida que los aldeanos se fijaban en aquel impoluto corazón este se hinchaba de sangre dando vigor a sus músculos y haciéndolo parecer todavía más hermoso.
Así pasaron los minutos entre comentarios de admiración (y algunos susurros envidiosos, todo hay que decirlo) hasta que un anciano, encorvado por los años de trabajo y seco por el sol, se adelantó, de entre la multitud, hacia el joven y dijo:
-En realidad, mi corazón es mucho más hermoso...
Todos volvieron la vista hacia el anciano con escepticismo y observaron su corazón. Si bien latía con pulso firme y conservaba algo de la fresca apariencia que en su día debió tener, ahora aparecía algo desmejorado y arrugado. Incluso cuando se fijaron más y centraron su vista, pudieron apreciar que presentaba numerosas cicatrices. Algunas partes de él no pertenecían al anciano y, al no encajar perfectamente, presentaban bordes irregulares, de hecho, había algunos lugares donde faltaban trozos.
El joven también miró anonadado durante un rato aquel corazón hasta que estalló en una gran carcajada- Debes estar bromeando- le dijo.
-No,-respondió el anciano- mi corazón es mucho más bello y nunca lo cambiaría por uno como el tuyo. Es cierto que el tuyo es perfecto y sin macula, pero mira: cada cicatriz que aparece en el mío es de una persona a la que he amado y ya no está entre nosotros, ellas me hacen sentirlos presentes en todo momento y llevarlas conmigo allí donde voy. Los trozos irregulares que ves en mi corazón pertenecen a personas a las que entregué parte de mi corazón y ellas me hicieron el mismo regalo; es cierto que el amor nunca es recíprocamente perfecto y por eso no encajan los trozos a la perfección; sin embargo, llevo partes de ellos en mí y eso me colma de felicidad y alegría. Respecto a los huecos que crean los trozos que faltan, pertenecen a personas a las que entregué parte de mi corazón y sin embargo no recibí de ellos nada a cambio, pero no me duelen, porque me recuerdan la ternura y el amor que siento por ellos y mantienen viva la esperanza de que algún día mi amor sea correspondido.
El joven escuchó aquello con la boca abierta por la verdad que se abría paso, a través de sus oídos hasta su alma, dejando escapar una lágrima que rodo por su mejilla. Sin decir nada cogió un trozo de corazón y se lo arrancó, extendiendo su mano con el, aún palpitante, pedazo hacia el anciano. Este, con una cálida sonrisa, lo recibió y colocó en el suyo y a cambio le entregó otro pedazo del suyo que el joven colocó en el hueco que, en el antes impoluto corazón, había quedado. Ambos se fundieron en un largo abrazo y al separarse el viejo miro con ternura y orgullo el corazón del joven y dijo:
- Ahora sí que tu corazón comienza a ser hermoso, no dejes este camino que hoy has comenzado, pues hará que tu corazón termine siendo el más hermoso de toda la región-
Dicho esto el anciano, se alejó entre la multitud asombrada ante la escena y las palabras pronunciadas, hasta un rincón de la plaza de la aldea donde un frondoso árbol daba sombra a un banco de color verde. Se sentó y apoyando la barbilla sobre sus manos asidas al ya caduco bastón que llevaba se quedó dormitando entre recuerdos con una plácida sonrisa.


