Lo siento por las futuras mujeres cardenalas, pero tienen muy difícil el acceso al papado, porque luego de ser elegido en el cónclave, el nuevo papa es sometido al ritual del
sanctum sanctorum, una medida precautoria para evitar una papisa en el Vaticano.
Así es como se denomina la ceremonia solemne, única, a la cual se somete al nuevo pontífice de Roma, luego de ser elegido por el cónclave de cardenales, antes de conducirlo al trono de San Pedro. Todo acontece en la hermosa Capilla Sixtina que mandó construir el papa Sixto IV y pintó, con genialidad, Michelangelo Buonarroti.
En el momento magno, un grupo de cardenales de entre aquellos que aún conservan músculo, levantan en vilo al nuevo vicario de Cristo y lo acomodan en la misteriosa silla porfiriana. Los aguafiestas que estudian la historia del mueble, por ejemplo Guillermo Daly, esclarecen el misterio y sostienen que dicho sillón de brazos no es otra cosa que una sedes stercoraria. Mejor dicho, un trono fecal con un hueco en el asiento, tal como estilaban los monarcas en la antigüedad. Esto para que en casos de apuro no tuvieran que abandonar las funciones de gobierno por vulgares urgencias fisiológicas.
Entonces, a la señal de los clavicordios, un cardenal, designado previa bizantina contienda de intereses eclesiásticos, introduce la mano diestra bajo la silla porfiriana donde se halla sentado el sumo pontífice recién elegido. Autorizado, el cardenal de marras palpa, sopesa y si todo está en orden y trinidad perfecta, el elegido representante de Dios en la tierra recibe la bendición aprobatoria del colegio cardenalicio de la iglesia católica. No hay motivo para segunda opinión.
Ahora sí, el nuevo pontífice de Roma está expedito para dirigirse al palacio del Vaticano y asumir, sin mengua, el trono de San Pedro. Según el ritual canónico de la iglesia católica, se trata de recordarle al pontífice que, aunque sea vicario de Cristo, sigue siendo un ser de carne corrompible. Eso dice la norma. Sin embargo, la razón histórica que motivó la ceremonia puede ser otra.
Tan reservado ritual, celosamente guardado del ojo público, el tan mentado
sanctum sanctorum, creen algunos que fue instituido a raíz del gran fiasco ocurrido con el pontífice Juan VIII, elegido el año 855, que en determinado momento quedó preñado. Por supuesto, la iglesia católica y la historia oficial de Occidente alegan que solo se trata de una leyenda maligna, difundida por herejes y apóstatas manejados por Satanás.
Pero una búsqueda en la historia de los hechos revela que sí existió un pontífice Juan VIII, la llamada papisa Juana, diferente al enemigo de Carlomagno, solo que su nombre dinástico fue concedido a otro vicario para evitar bochorno. El primer Juan VIII fue una mujer que, similar a muchos casos en el devenir histórico, siempre pasó como hombre. Entró al clero con la idea que ahí podía ocultar de manera perfecta su verdadera identidad sexual. ¿Quién sabe si lo hizo con malicia o inocencia? Una comunidad religiosa supone lo más puro y casto, pero también un hervidero de sórdida perversidad, atizada por el mismo aislamiento y la intensa meditación.
A la luz teológica del cristianismo, no solo de la norma canónica, el ritual del
sanctum sanctorum tiene reiterados fundamentos en la Biblia. Entonces, podría tratarse de un juramento. Génesis 24:2 dice que cuando el patriarca Abraham ya estaba muy viejo y ansioso de conseguirle una mujer para su hijo Isaac, llamó al criado mayor y le pidió: "Pon tu mano debajo de mis testículos y jurarás ante Dios que no tomarás para mi hijo alguna mujer de entre los cananeos". El sanctum sanctorum sería un rito semejante a la ceremonia del presidente electo que coloca la mano sobre la Biblia o la Constitución y promete cumplir con los mandatos de la carta magna.
Otro libro de la Biblia lleva a pensar que el
sanctum sanctorum es una prueba, una revisión un tanto estilizada. Deuteronomio 23:1 establece de manera definitiva: "No entrará a la congregación de Dios quien tenga magullados los testículos o amputado el miembro viril". En esta situación, el cardenal designado debe cerciorarse que ahí, bajo el asiento de la silla porfiriana, está todo correcto.
Además, el año 325 el Concilio de Nicea prohibió, pese a que ya estaba dicho en la Biblia, que alguien con defecto en los testículos pudiera ordenarse de sacerdote. Por lo tanto el sanctum sanctorum podría ser una comprobación última.
Bernardino Corio cuenta en La historia de Milán, 1510, el regio ceremonial del
sanctum sanctorum al que fue sometido, en 1492, el rijoso pontífice Alejandro VI, el español Rodrigo Borja, que en Italia se puso Borgia. Corio dice: "Finalmente le tocaron los testículos y mostraron con los dedos que había un par; entonces le trajinaron el pene y dijeron que todo era conforme a la voluntad de Dios; acto seguido le echaron la bendición y le aspergiaron el agua bendita del sanctum sanctorum. Ya después, el nuevo pontífice se dirigió al palacio".
Para esperanza de las cardenalas futuras, claro está que actualmente existe la solución quirúrgica, pero no es lo mismo.
