Un cuento...
Publicado: Lun Jun 01, 2009 5:34 pm
Buenas tardes QQ.·.HH.·. :
Luego de leer algunos ensayos literarios que algunos foristas han tenido a bien publicar en este espacio, me he animado a compartir un pequeño cuento que escribí hace unos meses. Espero lo disfruten tanto como yo disfruté escribiéndolo.
Fraternalmente,
S.·.F.·.U.·.
Andrés Chiriboga
HIEROFANÍA
"No pedimos ser eternos; pedimos tan solo no ver que
los actos y las cosas pierdan de repente sentido. El
vacío que nos envuelve, se hace entonces patente..."
("Vuelo Nocturno", Antonie de Saint-Exupery)
De pronto Martín se encuentra en un pasillo muy largo. El piso, las paredes,
hasta el techo estaban cubiertos por una alfombra roja que hiere la vista, de las lámparas
que lo iluminan emana una luz tenue, es estrecho y a cada lado hay numerosas puertas,
pero Marín tiene la certeza de que no las podrá abrir... no es necesario siquiera
intentarlo.
Desde el momento en que se encontró en ese horrendo pasillo, empezó a sentir
un gran vacío, una desolación inmensa, que iba creciendo a medida que avanzaba por él.
Ha caminado mucho y ve el final del maldito pasillo, no sabe cuánto durará pero ya ha
estado allí mucho tiempo, no podría decir cuánto, le invade una sensación de impotencia, parece que nunca va a llegar al final, tal vez así se sentía Robinson Crusoe
esperando divisar en el horizonte algún barco que le rescatara de su isla.
La desesperación aumenta a cada paso, pero algo cambia, ya puede divisar a lo
lejos el final, pero no puede distinguir aún qué le espera, es una puerta muy grande, pero
debajo de ella se escapa un pedazo de luna, y un cantar tan dulce que desearía estar
inmediatamente junto a ella, decide seguir al mismo paso que antes, no volver a la
desesperación. Camina lentamente y poco a poco, contando los pasos... su voluntad
cede y sus pasos se van acelerando, su corazón late cada vez más de prisa y empieza a
correr, la distancia que le separa de la puerta parece eterna.
Mientras más se acerca a la puerta, la luz brilla más y la música hace que como
hipnotizado no deje de correr hacia ella. Al correr piensa que tampoco esa puerta va a
poder abrir, su alegría desaparece y se convierte nuevamente en desesperación pero
infinitamente mayor, corre lo más rápido que puede y al fin está frente a la gran puerta.
Se detiene. Está temblando. No cree haber tenido un momento tan decisivo en toda su
vida, la luz que escapa por las hendijas hace que empiece a tranquilizarse.
Percibe un olor... ¿cómo definirlo? albahaca, pan blanco, café con amaretto,
aceitunas con ginebra, yuca frita, tabaco rubio, pelo largo, carne cruda con trigo,
lágrima contenida, queso tibio con azahares, lluvia recién llovida... cebolla (huele Martín, huele!).
Martín poco a poco va adquiriendo la seguridad que solo él puede abrir esa
puerta, está destinada para él. La música suena tan hermosa detrás de la puerta... le
llama. Por un momento resiste su encanto y se queda escuchando y mirando
el resplandor de la luz (percibiendo los humores!), debe entrar para formar parte de
ellas, ser uno y fundirse con ellas, la llave (regalo de las hadas de La Cenicienta
disfrazadas de origami) cede, gira el picaporte, rechinan los goznes, la madera cede…
De pronto Martín se encuentra en un pasillo muy largo. El piso, las paredes,
hasta el techo estaban cubiertos por una alfombra roja que hiere la vista…
Luego de leer algunos ensayos literarios que algunos foristas han tenido a bien publicar en este espacio, me he animado a compartir un pequeño cuento que escribí hace unos meses. Espero lo disfruten tanto como yo disfruté escribiéndolo.
Fraternalmente,
S.·.F.·.U.·.
Andrés Chiriboga
HIEROFANÍA
"No pedimos ser eternos; pedimos tan solo no ver que
los actos y las cosas pierdan de repente sentido. El
vacío que nos envuelve, se hace entonces patente..."
("Vuelo Nocturno", Antonie de Saint-Exupery)
De pronto Martín se encuentra en un pasillo muy largo. El piso, las paredes,
hasta el techo estaban cubiertos por una alfombra roja que hiere la vista, de las lámparas
que lo iluminan emana una luz tenue, es estrecho y a cada lado hay numerosas puertas,
pero Marín tiene la certeza de que no las podrá abrir... no es necesario siquiera
intentarlo.
Desde el momento en que se encontró en ese horrendo pasillo, empezó a sentir
un gran vacío, una desolación inmensa, que iba creciendo a medida que avanzaba por él.
Ha caminado mucho y ve el final del maldito pasillo, no sabe cuánto durará pero ya ha
estado allí mucho tiempo, no podría decir cuánto, le invade una sensación de impotencia, parece que nunca va a llegar al final, tal vez así se sentía Robinson Crusoe
esperando divisar en el horizonte algún barco que le rescatara de su isla.
La desesperación aumenta a cada paso, pero algo cambia, ya puede divisar a lo
lejos el final, pero no puede distinguir aún qué le espera, es una puerta muy grande, pero
debajo de ella se escapa un pedazo de luna, y un cantar tan dulce que desearía estar
inmediatamente junto a ella, decide seguir al mismo paso que antes, no volver a la
desesperación. Camina lentamente y poco a poco, contando los pasos... su voluntad
cede y sus pasos se van acelerando, su corazón late cada vez más de prisa y empieza a
correr, la distancia que le separa de la puerta parece eterna.
Mientras más se acerca a la puerta, la luz brilla más y la música hace que como
hipnotizado no deje de correr hacia ella. Al correr piensa que tampoco esa puerta va a
poder abrir, su alegría desaparece y se convierte nuevamente en desesperación pero
infinitamente mayor, corre lo más rápido que puede y al fin está frente a la gran puerta.
Se detiene. Está temblando. No cree haber tenido un momento tan decisivo en toda su
vida, la luz que escapa por las hendijas hace que empiece a tranquilizarse.
Percibe un olor... ¿cómo definirlo? albahaca, pan blanco, café con amaretto,
aceitunas con ginebra, yuca frita, tabaco rubio, pelo largo, carne cruda con trigo,
lágrima contenida, queso tibio con azahares, lluvia recién llovida... cebolla (huele Martín, huele!).
Martín poco a poco va adquiriendo la seguridad que solo él puede abrir esa
puerta, está destinada para él. La música suena tan hermosa detrás de la puerta... le
llama. Por un momento resiste su encanto y se queda escuchando y mirando
el resplandor de la luz (percibiendo los humores!), debe entrar para formar parte de
ellas, ser uno y fundirse con ellas, la llave (regalo de las hadas de La Cenicienta
disfrazadas de origami) cede, gira el picaporte, rechinan los goznes, la madera cede…
De pronto Martín se encuentra en un pasillo muy largo. El piso, las paredes,
hasta el techo estaban cubiertos por una alfombra roja que hiere la vista…