Génesis del Poimandres y Génesis Bíblico Cristiano
Publicado: Sab Nov 18, 2006 3:42 pm
QQ.·. HH/nas.·.
He considerado interesante reproducir el siguiente ensayo que espero sea provechoso en su estudio y reflexión. Con éste, no pretendo a nivel personal mostrar ningún tipo de preferencias. Vaya por delante mi absoluto respeto hacia todo tipo de concepciones individuales. No obstante, su autor, propone una interesante y descriptiva comparativa, cuya lectura puede enriquecernos.
EL GÉNESIS DE LA HUMANIDAD DEL POIMANDRES DE H. TRISMEGISTO, FRENTE AL GÉNESIS BÍBLICO CRISTIANO; IMÁGENES ORIGINARIAS
I
He de confesar mi sorpresa al enfrentarme con un relato, con una narración religiosa, dedicado a contar el origen del Hombre de una manera tan particular y afirmativa de la naturaleza humana. Como se podrá ver al final de este escrito es mi propósito el comparar dos narraciones que hablan del origen de la existencia y de la vida humana en tanto tal. Sin duda no podrán soslayarse la relevancia de los mitos genéticos de la humanidad que nos llegan desde los griegos mismos y que también existen en todas las otras culturas que rodean el campo simbólico-cultual de la historia de la humanidad, so pena de caer en un eurocentrismo marcado y escueto. Pero no podremos hacerles por ahora un espacio en este trabajo por ser ellas mismas, cada una, y en conjunto, temas que deben ser tratados in extenso según su propio marco referencial. Por ahora la intriga, la sorpresa deviene de una pregunta reguladora que pretendemos seguir a lo largo de este breve trabajo: ¿En qué radica la diferencia entre un génesis cristiano del hombre, en relación al texto de Hermes Trismegisto, y en qué influye para la concepción de la naturaleza humana? Estos dos relatos genéticos, sin embargo, se inscriben dentro de una tradición occidental; uno propiamente cristiano, naciente, y otro gnóstico, que incluyen ambos raíces comunes semitas. Y es por eso que se vuelve irresistible el querer comparar ambos relatos, que siendo comunes también en sus fuentes, son radicalmente diferentes en su concepción de lo humano.
II
Aristóteles decía en su Política: “Naturaleza es fin”. Queriendo con ello explicar que el orden (Cosmos) de la totalidad de lo real, en tanto expresiones políticas y físicas, se derivaban de principios reguladores y normativos que estaban subyacentes en la misma conformación de todos los entes; su fhýsis contenía ya a priori (es decir, antes de toda expresión posterior y de movimiento, aunque expresadas en estos mismos), su télos, su fin, al cual irremediablemente están dirigidos. Este modo de expresar las cosas podemos hallarlo ya en la visión cristiana del origen de todas las cosas y del Hombre mismo; la creación ex nihilo de todos lo seres lleva en sí misma la posibilidad y necesidad real de lo divino; son “expresiones” y movimientos de Dios en sí y por sí mismo. Recordemos lo que dice el Génesis bíblico-cristiano de la creación del universo: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra no tenía nada. […] Y Dios dijo ‘que haya luz’, y hubo luz.” (Gen., I) El verbo, el lógos, es la mediación de la creación; es expresión del “salir-fuera” de Dios como entes y seres existentes. El mundo ha quedado configurado según la palabra santa y omnisapiente de Dios; todo ha quedado en su “justo lugar”. Sin embargo, recordemos cuál es el origen del Hombre:
“Dios dijo entonces: ‘Hagamos al hombre a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar […] sobre todas las bestias de la tierra’. Lo creó a su imagen; como Hombre y Mujer. […] Entones el señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra y le sopló el aliento vital en los poros de la nariz; así quedó el hombre convertido en ser viviente. [Así en ese mismo paraíso] Dios creó el árbol de la ciencia del bien y del mal. […] Dios mandó al hombre a cultivar y cuidar este paraíso destinado a él. Pero Dios le dijo: ‘Puedes comer la fruta de cualquier árbol del paraíso; pero no comas el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, pues el día en que lo comas seguramente morirás’. [Así creó Dios también a su compañera y complemento, a la mujer, de su costilla, de la propia carne de Adán].” (Gen., 2).
Este pasaje nos relata el origen mismo del hombre y de la mujer, nos habla de su creación; destinados ambos a ser en el seno de Dios en el paraíso celestial, mundo perfecto en el cual el hambre, el dolor y la muerte no existirían nunca, pues todo los que necesitaran les sería satisfecho por abundancia y por actualidad. Este mundo celestial, el diseñado para una vida humana perfecta, aún sin contradicciones, sin embargo, ha de cambiar, pues el hombre ha de ser tentado. Recordemos que la principio hablamos de la importancia de entender este relato cristiano del origen del hombre por algo crucial: para entender la naturaleza de su ser, de su “existencia”. Esto es de lo que hablamos: de “existir”, o como diría Heidegger del Da-sein: como “ser-en-el-mundo”. El hombre y la mujer que son en el Paraíso, que son en Dios, no son seres humanos-existentes, sino son cuasi-perfectos, sin contradicciones: el mundo en el que están es perfecto, completo, abundante, de nada carecen; sin embargo, como lo veremos de inmediato, el Hombre viene-a-ser-“humanmente” en la contradicción, en la oquedad, en el dolor y en el hambre. Este es el verdadero origen (génos) del ser humano; este es el verdadero ser humano del que hablamos con esperanza, fe e incertidumbre; de aquel del que se puede predicar la Voluntad (à la Schopenhauer), como este “querer-de-la-vida”; como el conatus essendi de Spinoza. Hablamos del principio de “ser-humanamente” a partir de ese esmerarse en la vida, de este deseo que es la base y fundamento de su existir, como este “querer-ser” siempre, de este tender-a que es expresión símbólica (del símbolon platónico, “parte complementaria”, descrito en el Simposio) de su ser contingente y vulnerable, frágil y desnudo. En este tenor, el verdadero origen del Hombre en el relato cristiano no es el que acabamos de leer, sino el siguiente:
“Era la serpiente más astuta que los demás animales del campo que había hecho Dios. [La serpiente interrogó a Adán y su mujer acerca de por qué no comían del árbol de la ciencia. Ellos respondieron que Dios les había dicho que su comían de aquél árbol morirían, a lo que la serpiente respondió:] ‘De ninguna manera, no moriréis. Lo que pasa es que Dios sabe que el día
en que comáis de su fruto se os abrirán los ojos y seréis como dioses. [Mefistófeles le dice a los estudiantes que han tocado la puerta de la casa del Prof. Fausto: “Aprended del bien y del mal y seréis como dioses”.] Miró la mujer la fruta de aquel árbol, fruta buena para comer, bonita y apetecible; cortó aquella fruta, comió y le dio a su marido […] ambos abrieron los ojos y viéndose desnudos se avergonzaron y se taparon.” (Gen., 3)
Dios les hubo de interrogar acerca de porqué se sentían avergonzados por estar desnudos y descubrió que le habían desobedecido; habían comido de la fruta, del árbol de la ciencia, y quedaron en cuenta de que aquello era malo para ellos. La desobediencia es la causa del origen (valga la barbaridad), de este “venir-a-ser-humanamente” del hombre como imperfecto, como contingente, como mortal. Es la curiosidad (de ese “asombro”, tháuma, del que nos hablan los griegos) de saber, de conocer, lo que ha movido al hombre a pecar en contra de Dios, a desobedecerle. ¿Quién, sólo el hombre, ser “imperfecto” aún en el Paraíso, podría ser capaz de afirmarse en su ser no como “obediente”, sino precisamente como desobediente, como un ser que busca (zétesis) más allá de lo que tiene dado; como un ser libre? Así, el hombre “viene-a-ser” realmente hombre en tanto ser caído, pecador, que ha desobedecido a su mismo creador y le ha dado la espalda. Dice:
“[Le dijo Dios a la mujer, a la Nueva Mujer:] ‘Multiplcaré tus tristezas y tus preñeces: en medio del dolor dará a luz a tus hijos; tu deseo te llevará a tu marido, y él será tu señor.’ [Y a Adán:] ‘Maldita será la tierra para tu trabajo; con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida; […] comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas a la tierra de donde saliste, pues polvo eres y al polvo volverás. [Dios los expulsó a ambos del Paraíso y los puso a cultivar la tierra]”. (Gen., 3. Sub. mío).
La muerte rondaba en todas sus manifestaciones a este nuevo ser, al hombre realmente humano, a este ser vulnerable y enfermizo; a este hombre que para poder vivir tendrá que trabajar y tendrá que buscar eternamente el perdón de su Dios, su verdadera y real completad y perfección. Pero sólo ha de lograrlo con esfuerzo, fe y dolor; por el hambre el hombre reconocerá a Dios, y éste le salvará primero y lo llevará a su seno divino.
III
El caso del Poimandres de Hermes T., es radicalmente diferente, aunque se guarden cosas en común. Por motivos de espacio y tiempo me limitaré a trabajar sólo la parte de la creación del hombre, no sin antes poner ciertos elementos de génesis de la totalidad de lo real. En el reato de Hermes, Dios es el Nous supremo y omnipotente (Poimandres, p. 3). La serpiente en espiral es la oscuridad que se extiende hacia abajo, y que se caracteriza por ser tortuosa y húmeda, agitada, produciendo un sonido indescriptible. (p.4) El Verbo luminoso, que es hijo de Dios, ha salido de este lugar húmedo, y se ha elevado para ser Luz. El Nous, que es la Luz, consiste en un número incalculable de Potencias que hacían un mundo sin límites. (p.5) Cuando Dios, el Nous,
hubo de contemplar el hermoso mundo arquetípico, de su Voluntad divina, lo imitó, creando la totalidad de la Naturaleza. Así, el Nous, siendo Hembra y Macho, creó un segundo Nous Demiurgo, que siendo fuego y aliento, hizo a siete gobernadores celestes que controlaban como círculos el devenir del mundo sensible, como el “destino”. Se creó la materia. (p. 6) Se crearon los animales y todos los seres vivientes, gracias a la unión del Nous demiurgo y el Verbo. Ahora bien, el Nous, siendo Padre de toso los seres, siendo vida y espíritu, creó al Hombre, como su propio hijo, hecho a imagen de aquél. El hombre se fue a conocer lo que hacía su hermano el Demiurgo y fue prendando de los Gobernadores. Entonces, viene el verdadero origen del hombre mortal en-el-mundo:
“Entonces el Hombre, que tenía plenos poderes sobre todas las cosas y seres, [al descender a la Naturaleza] manifestó la hermosa forma de Dios en la Naturaleza de abajo. Cuando ésta hubo visto que el hombre poseía la forma de Dios junto con la belleza inagotable y toda la energía de los gobernadores, sonrío de amor: pues había visto reflejarse en el Agua el semblante de esta figura maravillosamente hermosa del hombre, y a su sombra en la tierra. En tanto que él habiendo visto reverberar en el agua la forma de esta forma parecida suya, la amó y quiso morar en ella. Desde el momento en que lo quiso lo cumplió. La Naturaleza entonces. Recibiendo en ella a su amado, lo abrazó entera, y ambos se unieron ardiendo de amor. [Así el hombre es el único ser que es dual, que es mortal por el cuerpo e inmortal por el hombre esencial.]” (p.7)
El hombre, ahora, por amor ha quedado sujeto al destino de los gobernadores y de su propia vida. Después la Naturaleza hubo de crear a siete hombres macho-hembra; después, por Voluntad de Dios fueron separados, y quedaron en siete hombres y siete mujeres, para poder así juntarse y poderse reproducir. Sin embargo, el momento fundamental, en tanto principio (arché) de la vida en tanto “humana”, ha sido, como ya lo leímos arriba, es: el amor (éros); es por amor que el hombre decide “vivir” en y con la Naturaleza; es por amor, por la sustancia amorosa, erótica, fascinada, enthusiasmada del acontecer, del vivir, que el hombre ha decidido ser-humanemente, existir en un mundo contingente. Este mundo no es un “castigo” por la ofensa ante Dos, sino una “elección amorosa”, libre, que el hombre ha tenido que elegir por haberse enamorado. Este mundo no queda reducido a lo más nefasto y deleznable, sino que ha quedado como un Hogar, como la Casa par excellence del hombre, como su posibilidad real, inmediata, natural, actual y humana de ser. El hombre no ha pecado, no ha desobedecido ninguna ley, ni a ningún Dios. El hombre ha pedido vivir y realizar-se en este mundo, que de ahora en adelante será su hogar. Si es verdad que ambos relatos tienen en común el principio de religación universal en Dios, y por ello tanto el hombre del génesis cristiano como el de Hermes tienen que regresar a Dios para ser salvos y perfeccionados en él, es más importante asentir que estos dos hombres originarios son radicalmente distintos; el primero es un pecador y ha de vivir en este mundo con la cabeza hacia el piso, avergonzado por haberle dado la espalda a Dios; el segundo es un enamorado que no por desobediencia alguna sino por amor, por libertad, ha escogido morar e este mundo. El primero ha quedado manchado para toda la eternidad; el segundo tiene que esforzarse por conocer a Dios y re-conocerse a sí mismo como inmortal y purificarse en su propia luz vital para poder acceder a su Creador; el primero ha de flagelarse, ha de torturarse, y renunciar a todos los placeres por ser en principio actos de pecado; el segundo ha de entender que el cuerpo es principio de muerte si sólo se dedica uno a complacerle, a sólo realizar sus pasiones (actuando con ignorancia), y no procura su propio entendimiento, su propia luz inmortal (epistéme), que lo acercará a Dios: el placer es posible, pues es amor, pero también es necesario el amor y el conocimiento de Dios y su posterior re-encuentro.
De estos dos relatos originarios del ser del hombre yo me quedo personalmente y por con el segundo; el primero, a mi modo de ver, es un intento fatídico de poder-ser en la vida, pudiendo “afirmar” ésta misma y con ello lograr una vida más plena; la segunda es ya, de hecho, a priori, “afirmación” del ser del hombre “en este mundo”, para poder acceder a Dios. Elijo a este mundo con amor y como mi hogar es mejor y más sano que decir que este mundo es un castigo horrible por una falta que ni siquiera cometí yo. De esto es necesario desprender todas las consecuencias necesarias y posibles. Esto es un ejercicio del cual podemos tomar un ejemplo para re-plantear la necesidad de pensar en nuestro futuro político y religioso, en donde la participación de varios relatos míticos nos permita elegir uno que nos afirme y no que nos humille y denigre. Pero esto es a largo plazo y plantea la necesidad de un encuentro intercultural basado en el respeto y la solidaridad. Este es nuestro trabajo al tratar estos temas y no una fanática e hipócrita necesidad de saber de un pasado sólo por saber. Eso no es filosofía; sino que es un pensar comprometido con la propia realidad. Y yo trabajé estos temas discutiéndolos desde las repercusiones que han dado lugar a lo lago de la historia y que aún ahora nos impactan de manera degenerada y defectiva; el cristianismo es una doctrina que intimida por el poder de un Dios vengativo y rencoroso; y el hombre es una negación por ser pecador. Nietzsche y Freud tenían razón en condenarle, y nosotros tenemos el deber de hacerlo en función de la dignidad humana, afirmada, que es inherente a cada ser humano. ¿Qué es muy moderno? No. Es necesario para construir un mundo mejor. Pero esto no debe partir de lo que diga yo, sino de lo que digamos todos: necesitamos de “curiosidad”, de ganas por conocer, y de “amor”, del querer a esta hermosa vida como posibilidad real de nuestra felicidad.
J. RED
He considerado interesante reproducir el siguiente ensayo que espero sea provechoso en su estudio y reflexión. Con éste, no pretendo a nivel personal mostrar ningún tipo de preferencias. Vaya por delante mi absoluto respeto hacia todo tipo de concepciones individuales. No obstante, su autor, propone una interesante y descriptiva comparativa, cuya lectura puede enriquecernos.
EL GÉNESIS DE LA HUMANIDAD DEL POIMANDRES DE H. TRISMEGISTO, FRENTE AL GÉNESIS BÍBLICO CRISTIANO; IMÁGENES ORIGINARIAS
I
He de confesar mi sorpresa al enfrentarme con un relato, con una narración religiosa, dedicado a contar el origen del Hombre de una manera tan particular y afirmativa de la naturaleza humana. Como se podrá ver al final de este escrito es mi propósito el comparar dos narraciones que hablan del origen de la existencia y de la vida humana en tanto tal. Sin duda no podrán soslayarse la relevancia de los mitos genéticos de la humanidad que nos llegan desde los griegos mismos y que también existen en todas las otras culturas que rodean el campo simbólico-cultual de la historia de la humanidad, so pena de caer en un eurocentrismo marcado y escueto. Pero no podremos hacerles por ahora un espacio en este trabajo por ser ellas mismas, cada una, y en conjunto, temas que deben ser tratados in extenso según su propio marco referencial. Por ahora la intriga, la sorpresa deviene de una pregunta reguladora que pretendemos seguir a lo largo de este breve trabajo: ¿En qué radica la diferencia entre un génesis cristiano del hombre, en relación al texto de Hermes Trismegisto, y en qué influye para la concepción de la naturaleza humana? Estos dos relatos genéticos, sin embargo, se inscriben dentro de una tradición occidental; uno propiamente cristiano, naciente, y otro gnóstico, que incluyen ambos raíces comunes semitas. Y es por eso que se vuelve irresistible el querer comparar ambos relatos, que siendo comunes también en sus fuentes, son radicalmente diferentes en su concepción de lo humano.
II
Aristóteles decía en su Política: “Naturaleza es fin”. Queriendo con ello explicar que el orden (Cosmos) de la totalidad de lo real, en tanto expresiones políticas y físicas, se derivaban de principios reguladores y normativos que estaban subyacentes en la misma conformación de todos los entes; su fhýsis contenía ya a priori (es decir, antes de toda expresión posterior y de movimiento, aunque expresadas en estos mismos), su télos, su fin, al cual irremediablemente están dirigidos. Este modo de expresar las cosas podemos hallarlo ya en la visión cristiana del origen de todas las cosas y del Hombre mismo; la creación ex nihilo de todos lo seres lleva en sí misma la posibilidad y necesidad real de lo divino; son “expresiones” y movimientos de Dios en sí y por sí mismo. Recordemos lo que dice el Génesis bíblico-cristiano de la creación del universo: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra no tenía nada. […] Y Dios dijo ‘que haya luz’, y hubo luz.” (Gen., I) El verbo, el lógos, es la mediación de la creación; es expresión del “salir-fuera” de Dios como entes y seres existentes. El mundo ha quedado configurado según la palabra santa y omnisapiente de Dios; todo ha quedado en su “justo lugar”. Sin embargo, recordemos cuál es el origen del Hombre:
“Dios dijo entonces: ‘Hagamos al hombre a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar […] sobre todas las bestias de la tierra’. Lo creó a su imagen; como Hombre y Mujer. […] Entones el señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra y le sopló el aliento vital en los poros de la nariz; así quedó el hombre convertido en ser viviente. [Así en ese mismo paraíso] Dios creó el árbol de la ciencia del bien y del mal. […] Dios mandó al hombre a cultivar y cuidar este paraíso destinado a él. Pero Dios le dijo: ‘Puedes comer la fruta de cualquier árbol del paraíso; pero no comas el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, pues el día en que lo comas seguramente morirás’. [Así creó Dios también a su compañera y complemento, a la mujer, de su costilla, de la propia carne de Adán].” (Gen., 2).
Este pasaje nos relata el origen mismo del hombre y de la mujer, nos habla de su creación; destinados ambos a ser en el seno de Dios en el paraíso celestial, mundo perfecto en el cual el hambre, el dolor y la muerte no existirían nunca, pues todo los que necesitaran les sería satisfecho por abundancia y por actualidad. Este mundo celestial, el diseñado para una vida humana perfecta, aún sin contradicciones, sin embargo, ha de cambiar, pues el hombre ha de ser tentado. Recordemos que la principio hablamos de la importancia de entender este relato cristiano del origen del hombre por algo crucial: para entender la naturaleza de su ser, de su “existencia”. Esto es de lo que hablamos: de “existir”, o como diría Heidegger del Da-sein: como “ser-en-el-mundo”. El hombre y la mujer que son en el Paraíso, que son en Dios, no son seres humanos-existentes, sino son cuasi-perfectos, sin contradicciones: el mundo en el que están es perfecto, completo, abundante, de nada carecen; sin embargo, como lo veremos de inmediato, el Hombre viene-a-ser-“humanmente” en la contradicción, en la oquedad, en el dolor y en el hambre. Este es el verdadero origen (génos) del ser humano; este es el verdadero ser humano del que hablamos con esperanza, fe e incertidumbre; de aquel del que se puede predicar la Voluntad (à la Schopenhauer), como este “querer-de-la-vida”; como el conatus essendi de Spinoza. Hablamos del principio de “ser-humanamente” a partir de ese esmerarse en la vida, de este deseo que es la base y fundamento de su existir, como este “querer-ser” siempre, de este tender-a que es expresión símbólica (del símbolon platónico, “parte complementaria”, descrito en el Simposio) de su ser contingente y vulnerable, frágil y desnudo. En este tenor, el verdadero origen del Hombre en el relato cristiano no es el que acabamos de leer, sino el siguiente:
“Era la serpiente más astuta que los demás animales del campo que había hecho Dios. [La serpiente interrogó a Adán y su mujer acerca de por qué no comían del árbol de la ciencia. Ellos respondieron que Dios les había dicho que su comían de aquél árbol morirían, a lo que la serpiente respondió:] ‘De ninguna manera, no moriréis. Lo que pasa es que Dios sabe que el día
en que comáis de su fruto se os abrirán los ojos y seréis como dioses. [Mefistófeles le dice a los estudiantes que han tocado la puerta de la casa del Prof. Fausto: “Aprended del bien y del mal y seréis como dioses”.] Miró la mujer la fruta de aquel árbol, fruta buena para comer, bonita y apetecible; cortó aquella fruta, comió y le dio a su marido […] ambos abrieron los ojos y viéndose desnudos se avergonzaron y se taparon.” (Gen., 3)
Dios les hubo de interrogar acerca de porqué se sentían avergonzados por estar desnudos y descubrió que le habían desobedecido; habían comido de la fruta, del árbol de la ciencia, y quedaron en cuenta de que aquello era malo para ellos. La desobediencia es la causa del origen (valga la barbaridad), de este “venir-a-ser-humanamente” del hombre como imperfecto, como contingente, como mortal. Es la curiosidad (de ese “asombro”, tháuma, del que nos hablan los griegos) de saber, de conocer, lo que ha movido al hombre a pecar en contra de Dios, a desobedecerle. ¿Quién, sólo el hombre, ser “imperfecto” aún en el Paraíso, podría ser capaz de afirmarse en su ser no como “obediente”, sino precisamente como desobediente, como un ser que busca (zétesis) más allá de lo que tiene dado; como un ser libre? Así, el hombre “viene-a-ser” realmente hombre en tanto ser caído, pecador, que ha desobedecido a su mismo creador y le ha dado la espalda. Dice:
“[Le dijo Dios a la mujer, a la Nueva Mujer:] ‘Multiplcaré tus tristezas y tus preñeces: en medio del dolor dará a luz a tus hijos; tu deseo te llevará a tu marido, y él será tu señor.’ [Y a Adán:] ‘Maldita será la tierra para tu trabajo; con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida; […] comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas a la tierra de donde saliste, pues polvo eres y al polvo volverás. [Dios los expulsó a ambos del Paraíso y los puso a cultivar la tierra]”. (Gen., 3. Sub. mío).
La muerte rondaba en todas sus manifestaciones a este nuevo ser, al hombre realmente humano, a este ser vulnerable y enfermizo; a este hombre que para poder vivir tendrá que trabajar y tendrá que buscar eternamente el perdón de su Dios, su verdadera y real completad y perfección. Pero sólo ha de lograrlo con esfuerzo, fe y dolor; por el hambre el hombre reconocerá a Dios, y éste le salvará primero y lo llevará a su seno divino.
III
El caso del Poimandres de Hermes T., es radicalmente diferente, aunque se guarden cosas en común. Por motivos de espacio y tiempo me limitaré a trabajar sólo la parte de la creación del hombre, no sin antes poner ciertos elementos de génesis de la totalidad de lo real. En el reato de Hermes, Dios es el Nous supremo y omnipotente (Poimandres, p. 3). La serpiente en espiral es la oscuridad que se extiende hacia abajo, y que se caracteriza por ser tortuosa y húmeda, agitada, produciendo un sonido indescriptible. (p.4) El Verbo luminoso, que es hijo de Dios, ha salido de este lugar húmedo, y se ha elevado para ser Luz. El Nous, que es la Luz, consiste en un número incalculable de Potencias que hacían un mundo sin límites. (p.5) Cuando Dios, el Nous,
hubo de contemplar el hermoso mundo arquetípico, de su Voluntad divina, lo imitó, creando la totalidad de la Naturaleza. Así, el Nous, siendo Hembra y Macho, creó un segundo Nous Demiurgo, que siendo fuego y aliento, hizo a siete gobernadores celestes que controlaban como círculos el devenir del mundo sensible, como el “destino”. Se creó la materia. (p. 6) Se crearon los animales y todos los seres vivientes, gracias a la unión del Nous demiurgo y el Verbo. Ahora bien, el Nous, siendo Padre de toso los seres, siendo vida y espíritu, creó al Hombre, como su propio hijo, hecho a imagen de aquél. El hombre se fue a conocer lo que hacía su hermano el Demiurgo y fue prendando de los Gobernadores. Entonces, viene el verdadero origen del hombre mortal en-el-mundo:
“Entonces el Hombre, que tenía plenos poderes sobre todas las cosas y seres, [al descender a la Naturaleza] manifestó la hermosa forma de Dios en la Naturaleza de abajo. Cuando ésta hubo visto que el hombre poseía la forma de Dios junto con la belleza inagotable y toda la energía de los gobernadores, sonrío de amor: pues había visto reflejarse en el Agua el semblante de esta figura maravillosamente hermosa del hombre, y a su sombra en la tierra. En tanto que él habiendo visto reverberar en el agua la forma de esta forma parecida suya, la amó y quiso morar en ella. Desde el momento en que lo quiso lo cumplió. La Naturaleza entonces. Recibiendo en ella a su amado, lo abrazó entera, y ambos se unieron ardiendo de amor. [Así el hombre es el único ser que es dual, que es mortal por el cuerpo e inmortal por el hombre esencial.]” (p.7)
El hombre, ahora, por amor ha quedado sujeto al destino de los gobernadores y de su propia vida. Después la Naturaleza hubo de crear a siete hombres macho-hembra; después, por Voluntad de Dios fueron separados, y quedaron en siete hombres y siete mujeres, para poder así juntarse y poderse reproducir. Sin embargo, el momento fundamental, en tanto principio (arché) de la vida en tanto “humana”, ha sido, como ya lo leímos arriba, es: el amor (éros); es por amor que el hombre decide “vivir” en y con la Naturaleza; es por amor, por la sustancia amorosa, erótica, fascinada, enthusiasmada del acontecer, del vivir, que el hombre ha decidido ser-humanemente, existir en un mundo contingente. Este mundo no es un “castigo” por la ofensa ante Dos, sino una “elección amorosa”, libre, que el hombre ha tenido que elegir por haberse enamorado. Este mundo no queda reducido a lo más nefasto y deleznable, sino que ha quedado como un Hogar, como la Casa par excellence del hombre, como su posibilidad real, inmediata, natural, actual y humana de ser. El hombre no ha pecado, no ha desobedecido ninguna ley, ni a ningún Dios. El hombre ha pedido vivir y realizar-se en este mundo, que de ahora en adelante será su hogar. Si es verdad que ambos relatos tienen en común el principio de religación universal en Dios, y por ello tanto el hombre del génesis cristiano como el de Hermes tienen que regresar a Dios para ser salvos y perfeccionados en él, es más importante asentir que estos dos hombres originarios son radicalmente distintos; el primero es un pecador y ha de vivir en este mundo con la cabeza hacia el piso, avergonzado por haberle dado la espalda a Dios; el segundo es un enamorado que no por desobediencia alguna sino por amor, por libertad, ha escogido morar e este mundo. El primero ha quedado manchado para toda la eternidad; el segundo tiene que esforzarse por conocer a Dios y re-conocerse a sí mismo como inmortal y purificarse en su propia luz vital para poder acceder a su Creador; el primero ha de flagelarse, ha de torturarse, y renunciar a todos los placeres por ser en principio actos de pecado; el segundo ha de entender que el cuerpo es principio de muerte si sólo se dedica uno a complacerle, a sólo realizar sus pasiones (actuando con ignorancia), y no procura su propio entendimiento, su propia luz inmortal (epistéme), que lo acercará a Dios: el placer es posible, pues es amor, pero también es necesario el amor y el conocimiento de Dios y su posterior re-encuentro.
De estos dos relatos originarios del ser del hombre yo me quedo personalmente y por con el segundo; el primero, a mi modo de ver, es un intento fatídico de poder-ser en la vida, pudiendo “afirmar” ésta misma y con ello lograr una vida más plena; la segunda es ya, de hecho, a priori, “afirmación” del ser del hombre “en este mundo”, para poder acceder a Dios. Elijo a este mundo con amor y como mi hogar es mejor y más sano que decir que este mundo es un castigo horrible por una falta que ni siquiera cometí yo. De esto es necesario desprender todas las consecuencias necesarias y posibles. Esto es un ejercicio del cual podemos tomar un ejemplo para re-plantear la necesidad de pensar en nuestro futuro político y religioso, en donde la participación de varios relatos míticos nos permita elegir uno que nos afirme y no que nos humille y denigre. Pero esto es a largo plazo y plantea la necesidad de un encuentro intercultural basado en el respeto y la solidaridad. Este es nuestro trabajo al tratar estos temas y no una fanática e hipócrita necesidad de saber de un pasado sólo por saber. Eso no es filosofía; sino que es un pensar comprometido con la propia realidad. Y yo trabajé estos temas discutiéndolos desde las repercusiones que han dado lugar a lo lago de la historia y que aún ahora nos impactan de manera degenerada y defectiva; el cristianismo es una doctrina que intimida por el poder de un Dios vengativo y rencoroso; y el hombre es una negación por ser pecador. Nietzsche y Freud tenían razón en condenarle, y nosotros tenemos el deber de hacerlo en función de la dignidad humana, afirmada, que es inherente a cada ser humano. ¿Qué es muy moderno? No. Es necesario para construir un mundo mejor. Pero esto no debe partir de lo que diga yo, sino de lo que digamos todos: necesitamos de “curiosidad”, de ganas por conocer, y de “amor”, del querer a esta hermosa vida como posibilidad real de nuestra felicidad.
J. RED