Historia de los caballeros del Temple.
Publicado: Dom Ago 13, 2006 10:25 pm
Hola a todos QQ:. HH:., les pondré un poco de la historia del temple.
La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter religioso y militar cargada de tintes legendarios, nacida luego de la primera cruzada. Fue fundada en Jerusalén en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo de Payens a la cabeza.
En sus inicios su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes Conmilitones Christi); más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del Templo de Salomón (Milites Templi Salomonis), denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción al francés de la denominación en latín, siendo muy extendida dados los amplios lazos Templarios con Francia.
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino II como su primer Rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Esta fue, en principio, la misión confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida (claro está) a la de la defensa de esos Santos Lugares.
Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de Balduino, necesitado como estaba de organizar un reino y que no podía dedicar muchos esfuerzos en la protección de los caminos, porque no los tenía. Esto, más el añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de Champaña ( y probablemente pariente lejano del mismo Balduino) llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su Cuartel General, sino su nombre.
Además de ello, se ocupó de escribir cartas a los Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que aprobó canónicamente la Orden.
Con la ayuda del abad San Bernardo de Claraval, - sobrino de uno de los Caballeros fundadores y a la postre quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard- , tras 9 años en "Outremer", una pequeña delegación de la Orden (recordemos que hasta entonces la misma estaba formada solo por 9 caballeros), encabezada por su Gran Maestre, Hugo de Payens, hizo un recorrido por las Cortes de Europa, recibiendo ayuda y apoyo, a lo que contribuyó decisivamente Bernardo, persona de notable influencia en la corte papal, con su escrito De laude novae militiae. Así fue convocado el Concilio de Troyes (Francia), durante el cual se redactó la regla de la Orden, basada en la de San Benito, según la versión reformada pocos años antes por los cistercienses, de los que adoptaron el hábito blanco, al que se le añadió una cruz roja posteriormente; en 1128 la Orden obtuvo del Papa Honorio II la aprobación pontificia.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan solo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas ( por ejemplo, tenían derecho de óbolo - esto es, las limosnas- que se entregaban en todas las Iglesias, una vez al año). Además, éstas bulas papales, les daban derechos sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedían el derecho de construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no sabemos cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas 30-50 personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ése fue el inicio de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du temple". Hacia 1170, unos 50 años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal.
Cincuenta años más tarde, hacia 1220, eran la Organización más grande de Occidente, en todos los sentidos (desde el militar hasta el económico), con más de 9.000 encomiendas repartidas por todo Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos, artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una Flota propia (pues les salía más barato tener sus propios barcos que alquilarlos), anclada en puertos propios en el Mediterráneo y en La Rochelle (en la costa atlántica de Francia) y un Tesoro que les permitía hacer prestámos fantásticos a los Reyes europeos.
Sin embargo, las derrotas ante Saladino les hacen retroceder en Tierra Santa: en 1244 cae Jerusalén y el reino se desintegra, y los Templarios se ven obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre.
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) convoca y dirige la 7ª Cruzada, pero no a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el que el propio Luis cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la Paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
Y de ahí, de mal en peor hasta que en 1291 cae San Juan de Acre, con los útimos templarios luchando junto a su Maestre,lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel general a Chipre tras comprar la Isla.
Y desde Chipre sería desde donde los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en Oriente Medio, siendo la única de las tres grandes ordenes de caballería que lo hizo, pues tanto el Hospital como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses y sus esfuerzos en otros sentidos.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad habia cambiado y a ningún Poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, Jacques de Molay parece ser que se encontraba en Francia cuando lo capturaron con la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
Aparte del conocido poderío militar, era importantísimo el poderío económico de los templarios. Dicho poder económico estaba dirigido a dotar de fondos a la lucha en Oriente, y se articulaba en torno a dos instituciones caracterísiticas: la Encomienda y la Banca.
La encomienda es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino (por ejemplo) los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etc. etc. y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. También podrán formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo) y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en plena capital francesa).
En cuanto a la Banca, hay que decir aquí que los Templarios fueron los fundadores de la Banca moderna. Gracias a la confianza que inspiraban, muchas personas e instituciones les confiaban su dinero, desde los comerciantes hasta los propios reyes (de hecho, el Tesorero del Temple lo era también de Francia...). Debido a que tenían una extensa red de establecimientos, pudieron poner en marcha la primera letra de cambio, dando así a los viajeros la oportunidad de no viajar con efectivo en unos momentos en que los caminos de Europa y del Oriente Próximo eran de todo, menos seguros. Este sistema bancario, y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en un gran prestamista, que aportaba los fondos incluso cuando los diversos reyes europeos necesitaban dinero: hay registrados préstamos a reyes de Francia y de Inglaterra, entre otros. Los templarios llegarían a ser una de las instituciones más ricas de su época, contando con vastas tierras y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes tesoros, flotas comerciales que partían desde Marsella...
Sin embargo, sus operaciones económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos suficientes como para mantener en Tierra Santa un ejército en píe de guerra constante. Y por ello el lema de la Orden: "Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no para nosotros sino en Tú Nombre dános Gloria).
Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido con ellos por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la VII Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a una cabeza barbuda de nombre Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas). Para ello contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber abofeteado al Papa Bonifacio VIII, y del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París.
Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, se sirvió de las acusaciones de un tal Esquius de Floyrac, espía a las órdenes de tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.
Parece ser que este Esquius le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario le había confesado los pecados de la orden; Jaime no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"...así que Esquius se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pié para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden.
El Viernes 13 de octubre del año 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos. No sólo introdujo Clemente V una enérgica protesta, sino que anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la ofensa había sido admitida y permanecía como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes. Felipe el Hermoso sacó ventaja del descubrimiento, al hacerse otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», así como alzando a la opinión pública en contra de los horrendos crímenes de los templarios en los Estados Generales de Tours. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al examen de la causa de la orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la orden fue efectuada deficientemente, no se pudo probar que la orden, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Viena, en Dauphiné, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación de la orden, y no por sentencia penal sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la catedral de Nôtre-Dame fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, el Gran Maestre recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente junto a otro dignatario que eligió compartir su destino y por orden de Felipe fue quemado junto a Geoffroy de Charnay en la estaca frente a las puertas del palacio de Versalles el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.
Espero que sea de vuestro agrado, les mando un T:. A:. F:.
S:. F:. U:.
Rohan
La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter religioso y militar cargada de tintes legendarios, nacida luego de la primera cruzada. Fue fundada en Jerusalén en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo de Payens a la cabeza.
En sus inicios su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes Conmilitones Christi); más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del Templo de Salomón (Milites Templi Salomonis), denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción al francés de la denominación en latín, siendo muy extendida dados los amplios lazos Templarios con Francia.
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino II como su primer Rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Esta fue, en principio, la misión confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida (claro está) a la de la defensa de esos Santos Lugares.
Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de Balduino, necesitado como estaba de organizar un reino y que no podía dedicar muchos esfuerzos en la protección de los caminos, porque no los tenía. Esto, más el añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de Champaña ( y probablemente pariente lejano del mismo Balduino) llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su Cuartel General, sino su nombre.
Además de ello, se ocupó de escribir cartas a los Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que aprobó canónicamente la Orden.
Con la ayuda del abad San Bernardo de Claraval, - sobrino de uno de los Caballeros fundadores y a la postre quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard- , tras 9 años en "Outremer", una pequeña delegación de la Orden (recordemos que hasta entonces la misma estaba formada solo por 9 caballeros), encabezada por su Gran Maestre, Hugo de Payens, hizo un recorrido por las Cortes de Europa, recibiendo ayuda y apoyo, a lo que contribuyó decisivamente Bernardo, persona de notable influencia en la corte papal, con su escrito De laude novae militiae. Así fue convocado el Concilio de Troyes (Francia), durante el cual se redactó la regla de la Orden, basada en la de San Benito, según la versión reformada pocos años antes por los cistercienses, de los que adoptaron el hábito blanco, al que se le añadió una cruz roja posteriormente; en 1128 la Orden obtuvo del Papa Honorio II la aprobación pontificia.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan solo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas ( por ejemplo, tenían derecho de óbolo - esto es, las limosnas- que se entregaban en todas las Iglesias, una vez al año). Además, éstas bulas papales, les daban derechos sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedían el derecho de construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no sabemos cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas 30-50 personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ése fue el inicio de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du temple". Hacia 1170, unos 50 años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal.
Cincuenta años más tarde, hacia 1220, eran la Organización más grande de Occidente, en todos los sentidos (desde el militar hasta el económico), con más de 9.000 encomiendas repartidas por todo Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos, artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una Flota propia (pues les salía más barato tener sus propios barcos que alquilarlos), anclada en puertos propios en el Mediterráneo y en La Rochelle (en la costa atlántica de Francia) y un Tesoro que les permitía hacer prestámos fantásticos a los Reyes europeos.
Sin embargo, las derrotas ante Saladino les hacen retroceder en Tierra Santa: en 1244 cae Jerusalén y el reino se desintegra, y los Templarios se ven obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre.
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) convoca y dirige la 7ª Cruzada, pero no a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el que el propio Luis cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la Paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
Y de ahí, de mal en peor hasta que en 1291 cae San Juan de Acre, con los útimos templarios luchando junto a su Maestre,lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel general a Chipre tras comprar la Isla.
Y desde Chipre sería desde donde los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en Oriente Medio, siendo la única de las tres grandes ordenes de caballería que lo hizo, pues tanto el Hospital como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses y sus esfuerzos en otros sentidos.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad habia cambiado y a ningún Poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, Jacques de Molay parece ser que se encontraba en Francia cuando lo capturaron con la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
Aparte del conocido poderío militar, era importantísimo el poderío económico de los templarios. Dicho poder económico estaba dirigido a dotar de fondos a la lucha en Oriente, y se articulaba en torno a dos instituciones caracterísiticas: la Encomienda y la Banca.
La encomienda es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino (por ejemplo) los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etc. etc. y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. También podrán formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo) y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en plena capital francesa).
En cuanto a la Banca, hay que decir aquí que los Templarios fueron los fundadores de la Banca moderna. Gracias a la confianza que inspiraban, muchas personas e instituciones les confiaban su dinero, desde los comerciantes hasta los propios reyes (de hecho, el Tesorero del Temple lo era también de Francia...). Debido a que tenían una extensa red de establecimientos, pudieron poner en marcha la primera letra de cambio, dando así a los viajeros la oportunidad de no viajar con efectivo en unos momentos en que los caminos de Europa y del Oriente Próximo eran de todo, menos seguros. Este sistema bancario, y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en un gran prestamista, que aportaba los fondos incluso cuando los diversos reyes europeos necesitaban dinero: hay registrados préstamos a reyes de Francia y de Inglaterra, entre otros. Los templarios llegarían a ser una de las instituciones más ricas de su época, contando con vastas tierras y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes tesoros, flotas comerciales que partían desde Marsella...
Sin embargo, sus operaciones económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos suficientes como para mantener en Tierra Santa un ejército en píe de guerra constante. Y por ello el lema de la Orden: "Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no para nosotros sino en Tú Nombre dános Gloria).
Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido con ellos por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la VII Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a una cabeza barbuda de nombre Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas). Para ello contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber abofeteado al Papa Bonifacio VIII, y del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París.
Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, se sirvió de las acusaciones de un tal Esquius de Floyrac, espía a las órdenes de tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.
Parece ser que este Esquius le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario le había confesado los pecados de la orden; Jaime no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"...así que Esquius se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pié para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden.
El Viernes 13 de octubre del año 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos. No sólo introdujo Clemente V una enérgica protesta, sino que anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la ofensa había sido admitida y permanecía como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes. Felipe el Hermoso sacó ventaja del descubrimiento, al hacerse otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», así como alzando a la opinión pública en contra de los horrendos crímenes de los templarios en los Estados Generales de Tours. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al examen de la causa de la orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la orden fue efectuada deficientemente, no se pudo probar que la orden, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Viena, en Dauphiné, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación de la orden, y no por sentencia penal sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la catedral de Nôtre-Dame fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, el Gran Maestre recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente junto a otro dignatario que eligió compartir su destino y por orden de Felipe fue quemado junto a Geoffroy de Charnay en la estaca frente a las puertas del palacio de Versalles el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.
Espero que sea de vuestro agrado, les mando un T:. A:. F:.
S:. F:. U:.
Rohan